Hay algo.


Hay algo en la cotidianidad que me parece fascinante. Hay algo en su aura, en su familiaridad, en la seguridad que me transmite. 


Hay algo en el limón de mi casa, en la pared despintada del vecino, hay algo en mi abuela sentada en su sillón al fondo del pasillo. 


Hay algo en el señor de la tienda de la esquina cuando sabe lo que voy a llevar, hay algo en el hoyo de la puerta de mi cuarto y hay algo en la manera en la que mi gata se pone a ronronear. 


Pero hace mucho que podaron el limón, que mi vecino pintó la pared y que mi abuela falleció. 


Hace mucho que miro de reojo, con miedo y sí, con algo de esperanza, el sillón al fondo del pasillo. Espero algún día voltear y que no se sienta tan vacío. 


Cambié la puerta de mi cuarto, dejé de ir a la tienda, me corté el cabello y mi reflejo en el espejo a veces me atormenta. 


Pero hay algo también en lo inesperado de los ojos nuevos, hay algo en la manera en la que nunca sé qué va a pasar, hubo algo cuando cambié mi puerta y hay algo en mi pecho cuando digo alguna estupidez y no sé cómo vas a reaccionar.  


Hay algo en mi corazón, algo en el pinchazo que me da cuando me pongo de nervios si se va la monotonía a la que me volví dependiente sin dudar. 


¿Habrá algo cuando se vaya la cotidianidad?

Definitivamente hay algo cuando me lo empiezo a preguntar. 

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