¿Cómo sé que sigo viva?

 

Siento los dedos de mis pies, las palmas de mis manos. 


Siento frío, calor; siento el viento en mi rostro helado como la mirada que quedó tatuada en mi hipocampo. 


Siento el fuego quemando como palabras incendiadas en toda mi cabeza y todos mis oídos y todas las venas que recorren mi cuerpo y sus cuerpos y todos los cuerpos. 


Siento el vapor del agua caliente en mi ducha que no logra desmanchar las manos que no fueron invitadas a mi cuerpo y siento en mi lengua el cepillo de dientes que no me limpia los besos y la lengua que entraron a las puertas de mi boca sin permiso y sin tocar. 


Siento las palmas de otras manos y los incendios de las cabezas de otros que me queman indirectamente y directamente deshacen hasta mi polvo y mis cenizas. 


Siento lágrimas, mis lágrimas, las lágrimas que formé en otras cascadas. 


Siento mi corazón y mi aliento y el orgasmo de madrugada en mi habitación solitaria.  


Siento el espacio en el que ni siquiera se nota mi propia presencia.


Siento el eco del grito que nadie escucha.


Siento mi peso incrustado en la cama de la que ya no me puedo levantar. 


Ya nadie me hace reír, no puedo dejar de llorar. No he vuelto a escribir y no he vuelto a cantar. 


La muerte no me parece tan tenebrosa y la noche ya no me puede arrullar. 


Siento, dejo de sentir, dejo de vivir, dejo de pensar. 


Ya no estoy y dudo que alguien me pueda encontrar. Me escondo y me aterra si alguien se atreve a mirar. 


Me siento sola, incomprendida; abandonada y resentida. 


Me veo diferente y no me gusta, no me reconozco, estoy perdida.

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